Si los sonidos de un mágico piano hubiesen llegado en el segundo
perfecto, seguramente bailarían mis memorias al compás de las dulces melodías
que acarician hoy con fortuna mis oídos.
Pero...Aquí paro, me detengo a pensar: Si lo sombrío se hizo
luminoso. La penumbra trajo a mi la claridad y entre risas me regocijo al
despertar, ¡Qué fortuna tan grande fue haber pasado de largo aquella
balada!
Sólo hoy lo comprendo... Sólo hoy.
Quisiera poder bendecir el instante en el que mi mente y mi
corazón unieron sus fuerzas para dejar atrás la culpa sigilosa que atormentaba
en las noches, los arrepentimientos fugaces que tras cada oración aparecían y
acechaban.
Siempre como si se tratara de aquel cuento que todo el mundo se
rehusaba a palpar.
Nunca faltó quien dijera: "No decaigas, lo peor ya pudo haber
pasado y lo grande está por venir".
Como si en una tira de imágenes cada una de esas palabras
estuviese presente, pasó. Me parecía al principio "exagerado"
concebirlo como un milagro, pero así mi corazón lo describió y empezó a
sentirlo.
¿Era posible que lo que durante tanto tiempo estuvo ahí mis ojos
hayan tenido la magistral tarea de ignorarlo?
Pensé como Antoine de Saint-Exupéry: "Lo esencial es
invisible a los ojos". Y en teoría, así fue.
Comprendí que la ceguera no es colectiva, es ciego el que quiere
serlo. Y cuando lo desea... ¡Vaya que puede serlo!
Yo no habría estado ciega porque quería tal vez, pero el aferrarme
a las memorias me arrastraba a querer serlo así sintiese que no era lo
propio.
Después de un tiempo, mi fase de ceguera, finalmente había pasado.
Ahora estaba en una fase más complicada, pues era sentir que lo sublime que
tenía ante mi, realmente podía ser enteramente mío y significar la más grande
dicha. Esa dicha que cualquiera con una pizca de mortalidad y ansías de amar,
desea.
Sin duda, esta fue la etapa más compleja.
Poder aceptar que sí tenía la capacidad de ser diferente o
emprender la ardua tarea de hacer una regresión hacía lo que una vez
había existido y había sido, así como poder extinguir más que sombras al
rededor de lo que me apabullaba.
Pero, lo más letal, fue luchar contra un enemigo invisible que ni
podía saber cuando aparecería a reír a carcajadas de nuevo.
Batalla tras batalla, logré regresar de lo que para mi eran
tormentosas tinieblas a la calma de una cálida espera que parecía haber
terminado con la llegada de este mágico tesoro, y entendí más de lo que alguna
vez pude haber entendido.
Podía sentir que años se resumieron a un único momento que me daba
las respuestas a cada una de las preguntas y que si habían retos, podía ser más
fuerte.
Entendí que si el viento sopla hacía el sur, a veces será más
sabío seguir su estela que desviarse al norte.
Que cuando te ataca la ceguera, consientes.
Que cuando se está ahí siempre, la peligrosa "seguridad"
nunca está ausente.
Que no se cansa el que hace, si no también el que recibe.
Que nadie es tan perfecto como para cambiar a otro.
Que lo que ves, es simplemente lo que es. Que lo pequeño y lo
grande está separado a penas por una línea muy ceñida.
Que ni la imaginación ni el conocimiento en momentos de crisis son
tan determinantes como la necesidad de crecer y florecer como gigantes.
Que no hay sonido más dulce que la armonía de una melodía
que acompañe el poder tener lo que nos bendice. Y que no hay recibimiento tan
glorioso como el que el alma le hace a lo que siempre fue suyo y te dice:
"Bienvenida, volviste".
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