Creo en el destino y en sus mágicas casualidades.
Creo en el tiempo y en lo perfecto que es cuando pertenece a Dios.
Creo en lo placentero de mirar al horizonte y sentirnos realizados
en cada risa.
Creo en las pequeñas acciones y aún en los grandes corazones.
Creo como Benedetti que cuando uno se enamora las cuadrillas del
tiempo hacen escala en el olvido, la desdicha se llena de milagros y el miedo
se convierte en osadía.
Creo en la palabra suave, en esa que aplaca la ira.
Creo en los 365 días que no perdonan, no olvidan y no mueren.
Creo en la transparencia, en la fidelidad y en la lealtad.
Creo que se puede ser más noble que una lechuga. (ja!)
Creo en los milagros y en las divinas maravillas.
Creo que por cada puerta que se cierra, definitivamente aguarda una
abierta repleta de posibilidades.
Creo en heridas que no dejan cicatrices.
Creo en la vida después de la muerte.
Creo en una mirada aliada del tiempo portadora de felicidad y
grandeza.
Creo que por cada idea hay una utopía.
Creo en Cortázar, Borges y Saramango porque sin cada línea del
alma palpable en sus letras, no sería posible deleitarme con cada sentimiento
como hoy.
Creo en lo cálido, en lo frío.
Creo en lo correcta que a veces es la irreverencia cuando hay
protocolos que deben ser abolidos.
Creo en todo lo que mi corazón es capaz de sentir, mi esencia
capaz de seguir, mi orgullo capaz de respetar y mi voz capaz de decir.
Creo en el alma buena, en las virtudes oportunas y en los milagros
benditos.
Creo en lo que gritan los ojos y anhelan los suspiros.
Creo en un príncipe que no fue sapo antes de besarlo.
Creo en el amor.
Creo en ti.
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