De camino a casa, venía pensando. Quisiera saber si fue una parada
perdida la que me iluminó o me inspiró a escribir estas líneas, pero lo
cierto es que vengo con una sensación algo molesta en mi estómago que terminará
por ser expulsada y como sublimemente, la pluma es la mejor escapadilla y puedo
hacer catarsis, aquí voy con mi "intento" o desastre de monólogo.
Como diariamente nos pasamos la luz roja en cualquier semáforo de
este país por miedo a que nos aborden y en un tiempo promedio de 60 segundos,
la parada obligatoria se convierta en el momento más repudiable o, en la
extinción del linaje (y suele pasar, por desgracia), nos pasamos cada momento
en el camino.
Sí, sólo piénsenlo.
Pasamos cada sonrisa, cada oportunidad, cada paisaje que
contemplar, cada palabra que hacer nuestra, cada gesto capaz de vivir en
nosotros, cada experiencia que observar y la lección que lleva consigo.
Pasamos de largo en los caminos de la vida.
Qué es lo que nos ha hecho tan ciegos, tan insensibles?
El temor quizás? Da lugar a la apatía, a la indiferencia y a que
el sentido de preocupación hacía al prójimo sea nulo.
El egoísmo quizás? La necesidad de sentir que sólo somos nosotros
en nuestro universo y los únicos en cada estación.
La rudeza quizás? Lo que por estragos del destino nos ha puesto en
un lugar distinto y los otros mortales no son de nuestra incumbencia.
Muchas causas, diversos efectos. Pero éste, éste en particular me
desmorona.
Nos vamos a extinguir!
Qué nos pasó?
Ya no confiamos en la gente.
La inocencia es la palabra más ausente.
Dónde está la palabra cortés llena de educación y gracia?
Dónde quedó la solidaridad?
Dónde está lo que por voluntad de Dios está escrito y nos dice que
todos somos sus hijos?
Dónde quedó el principio de igualdad en el que todos somos iguales
y ningún elemento define o auto determina lo somos para creernos con la osadía
de excluir a los demás?
A veces siento que retrocedimos de siglo y volvimos a épocas
primitivas.
Hoy en día es más sencillo actuar en base a eso que se conocía
como la "Ley del Talión" y pagar al otro con la misma cara de la
moneda, sin detenernos a pensar si la venganza es la solución a tanta malicia,
como si no fuese una cadena inexorable y degenerativa.
En éstos días es más fácil correr del que nos necesita e ir con
rumbo desconocido, sólo por no albergar con nosotros lo que en teoría no nos
corresponde, pero por un vínculo sentimental y más humano, sobre todo,
deberíamos y desearíamos saber.
Me da vergüenza verlo y a veces sentirlo. Sin querer, somos
también parte de eso y no puedo evitar sentirme fuera de foco.
Qué hacer para cambiarlo?
Qué hacer para cambiar? Es esa la verdadera pregunta.
Esto podría ser objeto de múltiples estudios.
Lo que a veces desconocemos es que el punto de partida está
pura y simplemente en nosotros, en nuestra esencia. En reconocer la
vulnerabilidad frente a determinadas circunstancias y acciones, poder estudiar
su contexto y dejarnos guiar por nuestros instintos, esos que buscan alentarnos
a dar la mano cuando lo sentimos sin la penosa necesidad de pensarlo o de verlo
más de aquella vez en la que fue necesario para comprenderlo, sin creer que hay
algo que escapa de nuestro sentido de percepción y que cuando nos
descuidemos... ¡Touché! Dará su estocada final.
Pero el bien y el mal forman parte del mundo antes de haber sido
creado. No puedo cambiar la historia, probablemente no puedo cambiar lo que es
el curso natural de cada una de las cosas y está predestinado.
No puedo entregarme a la suicida frustración de no poder
cambiarlo, de no poder marcar la diferencia.
El mundo va en detrimento.
Me conformaría ahora con enfrentarlo y no dejarme atrapar por las
garras de este mundo y de los que estamos que no perdonan.
Sólo conformarme con pensar, que cada luz roja es una
luz verde para ser más que humanos, para no resistirnos a creer y luchar por
ser más sensibles a los estímulos del buen mundo y crecer como si cada uno de
nosotros, tuviese un Peter Pan dentro y está en "El País de Nunca
Jamás" donde somos más felices con fe, confianza y más que con polvo de
hada, buscando conciliación en la alegría de los otros y no en la envidia.
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