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Los parpados tiemblan, el cansacio aqueja, la información se
esparce como plaga en las redes sociales, las vigilias en el interior del país
son tendencia, Morpheo hace un intento magnífico en secuestrarme el sueño, me
niego, me resisto.
¿Qué hago? ¿Me siento a debatir con mi conciencia que es lo más
digno?
¡Al demomio! Es mi corazón el que habla, el que pide a gritos no
deponer las líneas de 140 carácteres que en menos de 7 días se convirtieron en
la ventana más grande a mi país. Sólo así puedo conocerlo, sólo así puedo tocar
sus realidades.
Se me hace tan indiferente la idea de posar la cabeza sobre la
almohada cuando el resto da su cara por rescatarnos que no puedo hacerme la
indiferente.
La paz abunda en nuestros corazones. ¡Lo sabemos!
Las imágenes hablan por sí solas. Más de unas cuantas roban el
aliento, desarman el corazón y nos inundan de lágrimas.
No quiero cuestionar, no quiero maldecir, no quiero hacer nada más
que no sea unirme a la lucha de quienes creemos en ella.
Que me perdonen las fronteras de este país, cada estudiante caído,
cada bandera, cada consigna y cada gota de sudor que más que a cansancio sabe a
furor.
Hoy no puedo lucharte en la calle, pero desde mis ansías de creer
en ti, te lucho con sentimiento, dando lo que puedo para no sentirme cobarde.
Es sencillo amarte. Reconciliarse contigo siempre es tan preciso
que sino lo hago me falta el aliento.
Tu nobleza nunca ha tenido precedentes. Hoy das al mundo un
ejemplo de lucha, de persistencia y gallardía.
Aún cuando mis manos adolecen la actividad del día, nunca las
había sentido tan limpias y dignas.
Que la semilla que hoy sembramos, no pare de crecer desde nuestras
trincheras.
No hay artillería más poderosa que el amor.
Un amor que a veces nos lleva lejos, pero hay quienes nacen para
ser héroes.
¡Gracias Bassil, gracias Roberto!
Ustedes son nuestra bandera, son Venezuela.
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