Vengo
despertando con una sensación de indiferencia e irreverencia desde hace un par
de meses. Debo confesar, me preocupa, me perturba.
Quisiera
que por una vez, alguna de las entradas no tuviese el sentido político evidente
de siempre, pero es inevitable que todas las circunstancias apunten como dardos
a ese detestable supuesto.
Ya
no son las elecciones, ya no son los abusos en la Asamblea Nacional que se venden al mundo como pan caliente, ya no es
la delincuencia, ni siquiera el robo de cabello (sí, ahora hay “pirañas” que roban
melenas), ya no es la misma y repetitiva polémica de todos los días, va más allá de ello, es tan
sólo la triste sensación de que las salidas hacía la libertad van
desapareciendo progresivamente, que se acerca el momento en el cual el
ciudadano común, no tenga a quien acudir para ser escuchado, que estemos tan presos
que nada pueda existir, que termine por oprimirnos tanto el alma que nada sea
igual.
Salieron
del aire espacios dedicados única y exclusivamente a escuchar las voces del
pueblo, se va la ecuanimidad, la objetividad y la lealtad de un país a quién
sabe dónde.
Muchos
se resisten, muchos se rehúsan a permanecer donde la cadenas ya son tan “gruesas” y fuertes que es imposible ocultarlas más. Mientras, la corrupción investiga la
corrupción, los alcohólicos que desfalcan los fondos públicos, presentan
pruebas de supuesta homosexualidad de dirigentes políticos, la palabra “Ley
Habilitante” merodea nuestra penosa existencia en medio de los peores demonios
en una 5ta República que tal vez debió haberse quedado en la época de colonización y no avanzar
más; en una “PATRIA” que desconozco, en la que la austeridad impera, en la que es
más inteligente regular los precios de los productos que ni siquiera están a la
orden del pueblo, para que cuando llegue el primero la necesidad vuelva a
arrastrarse por el piso hasta que la necesidad de otros pase por encima... hasta matarlos.
Me
siento tan perdida como nunca estuve.
En honor a la verdad, dejó de importarme desde Abril el destino de mucho de
lo que hoy se discute y está en juego, no porque me diese por vencida sino
porque no encuentro las puertas de salida ni los atajos a otro sueño de país. Lo
veo tan difícil.
Solía
tener fe, pero veo día tras día que somos como un barco perdido en alta mar, que no alcanza si
quiera a mirar la costa de la esperanza a escasos kilómetros, comandados por el
peor pirata de la historia que se roba los botines de millones y MILLONAS de
mortales.
Al
escribir esto, siento alegría. ¡Sí, la más profunda alegría! Porque sé que
pronto, tal vez muy pronto, cada una de estas palabras terminarán por ser obligadas
a encerrarse en lo más profundo de mí ser.
La
única satisfacción que hoy tengo, es que aún están a salvo, que hoy puedo darle
rienda a suelta a mis dedos para que escriban a la par de mi indignación sobre
este país que más que libertad, representa la peor de las cárceles.
Pero
mientras el candado no sea puesto en mi boca, sólo les pido que recuerden que
no se puede acabar con un país que muchos de ustedes (los rojos) mancharon de
sangre y acabaron con la peor de las muertes que pueda existir: “el silencio.”
¡Dios
salve cada uno de los escritos!
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